Rogamos a Dios acordarse de su misericordia, por Fray Johan Leuridan 

El conocido periodista Chris Hedges, premio Pulitzer, cuestiona la utopía de los nuevos ateos. Ellos creen que pueden vencer la problemática actual de la humanidad. ¿En qué consiste? Los seres humanos no pueden asimilar la enorme cantidad de informaciones que nos asaltan por los medios y el entorno. Nuestras reacciones a la gran parte de la información no pueden realizarse todas a nivel de nuestra conciencia y razón. Las imágenes abundan y no tenemos la capacidad de auto-crítica. Los nuevos ateos reducen conocimiento a conocimiento material de la ciencia. Ellos se imaginan que la ciencia podrá conocer y aclarar todo, pero ellos refuerzan la satisfacción de los deseos materiales y, por lo tanto, se alejan de la reflexión critica. Los que están limitados por la razón de lo material no pueden entender las verdades profundas de la vida, la alegría, y la desesperación. No pueden manejar las motivaciones irracionales, las dudas y las ambigüedades. No son conscientes de su impotencia radical. No entienden que conocimiento no es sabiduría.

Dios creó el ser humano como un ser libre con razón, voluntad y emociones para que puede dirigir su propia vida. Sin embargo, el ser humano construye siempre la torre de Babel, la división entre todos. La verdadera libertad es la confianza entre todos por los valores y la razón que me permiten dirigir mi vida, pero también es la capacidad de entender mis límites y tener fe en Alguien quien es mi destino porque si no, sería un átomo perdido en el universo frío y mudo. Rogamos a Dios que se acuerde de su compasión con nosotros. 

Dios tuvo compasión con el ser humano para enseñarnos por medio de Cristo. Somos un don de amor. El profeta Oseas, de modo particular, nos muestra la dimensión del ágape (comida entre amigos) en el amor de Dios para el ser humano. Israel ha cometido “adulterio”, es decir, abandonó a Dios. Este debería juzgarlo y repudiarlo. Pero precisamente en este se revela que es Dios y no hombre: “¿Cómo voy a dejarte abandonado, Efraím? ¿Cómo no voy a rescatar, Israel?… Mi corazón se conmueve y se mueven las entrañas. No puedo dejarme llevar por mi indignación y destruir a Efraím, pues soy Dios y no hombre. Yo soy el santo que está en medio de ti, y no me gusta destruir. El amor apasionado de Dios por su pueblo, por el ser humano, es a la vez un amor que perdona” (Oseas, 11: 7-10).

El profeta Ezequiel señala la compasión de Dios: “Nadie tuvo compasión de ti, nadie te cuidó, ni siquiera por piedad; el día en que viniste al mundo, nadie interesabas y te dejaron en el suelo en medio del campo. Yo pasé entonces en medio de ti, te vi debatiendo en sangre y te dije: Vive tú que pierdes tu sangre y crece como una hierba del campo” (Ezequiel, 16, 6-6).

El evangelista Lucas habla de la misericordia: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que vive en las tinieblas y en sombre de la muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lucas, I:68-79).

Igualmente, San Pablo: “Pero Dios que es rico en misericordia: ¡con qué amor tan inmenso nos amó! Estábamos muertos por nuestras faltas y nos hizo revivir con Cristo” (Efesios, 2, 4-5). El dominico, Emmanuel Durand, afirma que el amor de Dios para los seres humanos es esencialmente un acto libre, estable y definitivo.

El ministerio de Dios en la historia es un misterio de amor. Seguimos siendo autónomos y responsables de nuestra vida, pero no podemos resolver todos los sufrimientos. La muerte en la cruz es la manifestación del amor radical de Cristo por sus amigos y nos enseña que la vida es servirnos mutuamente. Aceptar al otro que sufre significa asumir de alguna manera, su sufrimiento, de modo que éste llega ser también el mío. Consolación significa “ser-con” en la soledad, que entonces ya no es soledad. Este sufrimiento queda traspasado por el amor. Además, la grandeza de la humanidad es aceptar el sufrimiento por amor al bien y a la justicia. Solo podemos hacerlo cuando entendamos que el amor es más grande que nuestra comodidad y que es un camino de purificación. De otro modo nuestra vida es mentira y violencia. Los santos pudieron recorrer el gran camino del ser hombre del mismo modo en que Cristo lo recorrió antes de nosotros, porque estaban repletos de la gran esperanza (Benedicto XVI, Spe Salvi).  La ética del cristiano está determinada por lo que uno es como cristiano y no solamente por lo que es como ser humano. El espíritu de Jesús transforma nuestro pensamiento y emociones y es la fuente de una conciencia diferente en los hombres. Ya participamos en la resurrección. Todos somos captados y amados. “A Dios, cuya fuerza actúa en nosotros y que puede realizar mucho más de lo que pedimos o imaginamos, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amen”  (Efesios, 3,20). Descubrimos una fuente de amor, vida, bien, libertad y belleza.