Si hay un Título por el que Lima, la Ciudad de los Reyes, deba de rendir especial honra y gratitud a María Santísima de la Merced es por el de “Patrona Jurada de sus Campos”, que desde el año de 1730 ostenta en la capital limeña, por su poderosa intercesión frente al infortunio de la escasez y la sequía. Pero antes de conocer la razón de este patronazgo y la asistencia especial de la Madre de Dios que acude en auxilio de sus hijos de estas tierras, es preciso comprender la relación que, la siempre Virgen María tuvo desde sus primeros años, con la vida del campo y las labores afines.

La tradición nos dice que la “humilde sierva” nació en una pequeña aldea llamada Nazareth, cuya población dedicaba sus faenas diarias a la siembra, el pastoreo y la artesanía. Con esta relación directa de la cotidiana labor, María estuvo siempre familiarizada con estas actividades, especialmente las referidas al campo, que, además de las del hogar, eran propias de las mujeres de su tiempo.

Cuando fue llamada por el Señor para cumplir la misión de recibir en su purísimo vientre al Verbo eterno, Ella se acogió a la Voluntad del Padre, convirtiéndose no sólo en la Madre del Señor sino también en su primera maestra. Siendo niño, Jesús recibió las primeras enseñanzas de la vida, seguramente como lo suelen hacer las madres de todas las épocas, con canciones, cuentos e historias que tenían que ver con las cosas cotidianas y aquellas que nos transportan a lugares fabulosos y de ensueño. Jesús conocería en estas lecciones los ejemplos que más tarde transformaría en parábolas, que hablan sobre el sembrador, el grano de trigo, la viña y el viñador, la perla escondida en el campo y otras tantas que sirvieron para mostrar a los humildes y sencillos, la grandeza y simplicidad del Reino de los Cielos y la Vida Eterna. Quién mejor que María para comprender las cosas del mundo y las cosas del cielo, si tuvo junto a Ella al autor de las cosas del mundo y las cosas del cielo.

Como en el transcurso de su vida, en que siempre estuvo atenta a las necesidades de sus semejantes, al igual que en Caná de Galilea, durante siglos, María ha sido invocada como Madre en tantas penurias y desconsuelos para asistir y acompañar a sus hijos en sus aflicciones y urgencias. Y los hechos que ahora forman parte de nuestra historia dan fe de que siempre ha sido así.

Corre el siglo XVIII en una de las ciudades más devotas del nuevo mundo, en la que los frailes de la Merced pusieron sus pies y trajeron a estas tierras la maternal presencia de María. Lima venía sufriendo una espantosa, “insólita y dilatada esterilidad de frutos” que afectaba las cosechas, la tranquilidad y la seguridad de los habitantes de la urbe.

Las condiciones para los cultivos no eran de las mejores por lo que, a fin de “ver si mejoraban los tiempos, habían hecho repetidas deprecaciones y devotas diligencias” por años, que no producían respuesta favorable alguna, por lo que decidieron recurrir “a la Soberana Reina y Señora Santísima Virgen de las Mercedes, que se venera en el altar mayor de su Convento grande de esta ciudad, sacándola en procesión el año próximo pasado (1729) a la Iglesia Catedral, donde se hizo un novenario a fin de que intercediese con la Divina Majestad…”

Y como en toda participación de la siempre Virgen María de la Merced, la tan desesperante sequía terminó. Y, a partir de la respuesta positiva del cielo a las roga¨¨vas, y habiendo mejorado notablemente la situación en los campos, los “…hacendados de los valles circunvecinos alegando que… habían hecho repetidas deprecaciones y devotas diligencias que no producían efecto alguno” y encontrando que la respuesta a sus oraciones fue atendida por la Santísima Madre de la Merced pidieron se jurase “por patrona a esta Soberana Señora” aceptando asumir todas las obligaciones que este patronazgo exige de los fieles devotos.

Por ello, en atención a un clamor popular cada vez mayor, convinieron reunirse los integrantes del Cabildo de la Ciudad de los Reyes en la Sala del Ayuntamiento, el 20 de setiembre de 1730, como era de uso y costumbre, “para tratar y conferir las cosas tocantes al servicio de Dios” y tras considerar la situación de calamidad que se había padecido, decidieron jurar como “Patrona perpetua de los campos de Lima a la soberana Virgen María, nuestra Señora de las Mercedes”, implorando su misericordiosa intercesión y jurando cuidar y atender su mayor culto y veneración, y “se obligaban a ejecutarlo el día Domingo de la infraoctava de la Novena que se hace en la iglesia de su convento, costeando la misa cantada, cera, música, y todo el demás adorno y decencia necesarios”.

 Y desde aquel año, su intercesión se hizo patente en la vida de la ciudad capital, siendo aclamada su bondadosa presencia como “Patrona Jurada de sus Campos”, por su poderosa mediación frente al infortunio de la escasez y la sequía. Así, una vez más, con la misma disposición con la que María Santísima aceptó ser la Madre de Dios, y la misma prisa con la que partió al encuentro de su pariente Isabel; con la misma ternura con la que dio a Jesús las primeras lecciones que hablan de las maravillas de los campos y la Creación; con esa siempre atenta solicitud a la escucha, continúa acudiendo a los clamores de los hermanos de su Hijo, a los que en estas tierras asiste con su bondadosa presencia, derramando la Merced de Dios sobre ellos y sus campos”. (Fuente: Novena a la Virgen de la Merced, publicado por la Provincia Mercedaria del Perú, 2021).