“A quien Dios quiere hacer muy santo. Lo hace muy devoto de la Virgen María” lo manifestaba San Luis María Grignion de Montfort, un gran devoto de la Santísima Madre, que de acuerdo a sus biografías señalan que, desde temprana edad, 12 años, lo veían arrodillado largos ratos frente a la imagen de la Virgen.

Precisamente, el santo dejó como legado cuatro razones sencillas y fundamentales para tener a María como una gran confidente, que nos garantiza llegar a su hijo Jesús de manera rápida: que es el camino fácil, corto, perfecto y seguro.

Es un camino fácil porque si bien se puede tomar otras vías, pero con ella se avanza de manera suave y tranquila, claro que pueden aparecer crisis que no faltan en la vida, sin embargo, con ella como madre que es, su cercanía es bondadosa que ilumina la oscuridad del camino.

Es un camino corto que a través de él se avanza directamente, sin desviaciones, con gusto y facilidad porque se le dirige hermosas Aves Marías. Así el sendero se hace rápido.

Es un camino perfecto porque ella misma es perfecta y santa de todas las criaturas y Jesús, hijo de Dios, vino a nosotros por medio de ella para cumplir con su misión salvífica.

Y es un camino seguro por el solo hecho de ser la madre de Jesús, que de manera silenciosa, pero enfática tiene un papel importante en la vida de su hijo, manifestados en los Evangelios, convirtiéndola en el puente fidedigno para participar del amor y promesa de Jesucristo. La niña de Galilea es nuestra primera y gran santa, observarla a ella, es contemplar y acercarse más a Jesucristo, transformando nuestra mirada en un sentido cristocéntrico, conociendo la Eucaristía, la Iglesia Católica. Como dice la letra de una canción “Si digo María, tú dices Jesús. En donde estás tú, allí esta él”.