Oración de Consagración a la Virgen de Guadalupe en la Clausura de la Asamblea Eclesial de América Latina y El Caribe

“¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?, ¿no estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿no soy la fuente de tu alegría?, ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?, ¿tienes necesidad de alguna otra cosa?”.

Con la confianza que nos inspiran tus tiernas palabras, venimos hoy a tus pies como discípulos misioneros del Evangelio, a presentarte los frutos de nuestra primera asamblea eclesial latinoamericana y caribeña. El espíritu Santo ha abierto nuestro ser a sus novedades, y nos ha regalado la experiencia de la sinodalidad. Él nos inspira, como Iglesia misionera en salida, a soñar junto a san José, tu esposo, nuevos caminos de identidad y liberación, de cuidado de toda vida. Desde la Patagonia hasta el norte de México, desde el Atlántico hasta el Pacífico, desde las Antillas hasta los más altos nevados de los Andes, desde lo más profundo de nuestra intimidad hasta los más bellos gestos samaritanos, somos todos tuyos, Madre Santísima.

Los rostros de estos niños son los de millones de rostros que embellecen tu América Latina y el Caribe; cada rosa recoge las súplicas y alabanzas de miles de rosarios que entonamos fervientemente en cada país, en cada rincón del continente; abrázanos, Madre, Maestra, Misionera del amor sin medida. Escúchanos, socórrenos, intercede por nosotros; ayúdanos a vivir la alegría del Evangelio para que, hermanos todos, cantemos ‘Alabado seas’, y contigo, las maravillas del Señor.

Amén.