Hace años escuche la canción “lo que agrada a Dios” de Luis Alfredo Díaz. La melodía, la letra y el mensaje me llevaron a cantarla una y otra vez y ver mi pequeñez frente a Dios. La letra dice:  “Lo que Agrada a Dios, es mi pequeña alma, y que ame mi pequeñez y mi proeza. Es la esperanza ciega, que tengo en tu misericordia”. Corta, sencilla pero con un mensaje que llega hasta la médula espinal. Que tenemos que hacer para agradar a Dios? La respuesta está en el evangelio de San Mateo capítulo cinco:

Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5:3). Para entender este versículo tenemos que comprender que significa pobreza espiritual. No tiene nada que ver con la pobreza material sino mas bien  con una disposición interior, con una actitud del alma. En nuestro vocabulario podemos entender que un pobre es un despojado, un necesitado, un pobre espiritual es un hombre que se reconoce asi mismo como un necesitado de Dios, que reconoce que tiene una total dependencia de Dios para vivir, que sabe que es su hijo y que Dios es su padre y como padre vela por él.

Cuando un niño en su primer año está en las condiciones de explorar el mundo a gatas y a tener contacto con otras personas, busca sin receso el contacto ocular con la madre y empieza a llorar en cuanto lo pierde, ya al segundo año cuando es capaz de moverse más allá del campo de visión de la madre, regresa una y otra vez junto a ella y en caso de no hacerlo manifiesta ansiedad por la separación. Así el pobre de espíritu cuando está lejos de Dios siente angustia, el alma de entristece y va en busca de su creador una y otra vez. Cuando reconocemos que sin Dios no podemos hacer nada (Jn 15:5) podremos decir que vamos por buen camino.

«Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él» (Mt 19:14) . Dios es nuestro padre y nos quiere regalar el cielo pero para poder ser poseedores de este regalo hay que ser como niños, es decir, hay que sabernos siempre hijos en los brazos de Dios. La sencillez y la confianza son las dos manos capaces de recibir un obsequio tan precioso. Los niños tienen una particular manera de mirar el mundo que los rodea, su mirada es pura, su raciocinio es simple, sus dudas se solucionan con preguntarle a sus padres o con un de tin Marín de dos pingué y no se complican la vida. Así el hombre debe ser en relación con su Padre creador.

Por José Andrés Alvarado Morveli