Queda claro que este artículo es para los que creemos que existe Dios y satanás, el cielo y el infierno, lo bueno y lo malo.

Cuando vemos una monjita o un hermano sacerdote siempre pensamos que su vida es color de rosa y que Dios les susurra al oído cada vez que ellos se ponen en oración.

Creemos, por ejemplo, que todos o casi todos los religiosos van al cielo de una forma especial. O que, incluso, son santos caminantes, que por donde van transmiten alegría y bondad, y que el demonio o las fuerzas malignas al verlos corren o escapan. Pues les comparto que todo eso no necesariamente es cierto.

Las tentaciones están en todos a cada momento de nuestra vida, no es exclusiva de los que somos laicos comprometidos. Al contrario, los religiosos y religiosas luchan más que cualquiera de nosotros por no caer o caer poco en tentaciones y en pecado. ¿Por qué? Porque son humanos de carne y hueso, todos los santos han pecado cientos o miles de veces, pero el mérito de haber llegado a los altares no fue por ello, obviamente, sino porque entregan su vida a Dios haciendo el bien, luchando con el demonio en el día a día, seguramente cayeron, pero se pusieron de pie con fe.

En nuestra vida sucede lo mismo, tenemos tentaciones a diario, de corrupción, malos pensamientos, rencor, chismes, envidia, etc. Tener las tentaciones no nos hace menos, pues hay que diferenciar entre ser tentados y caer en tentación. Por ejemplo, un amigo me compartió que una pareja se paró de una mesa de un restaurante, dejando una billetera en la cual los billetes sobresalían. La tentación de éste fue que justo necesitaba dinero, pues andaba endeudado, pero al final venció y corriendo cogió la billetera y fue hacia la pareja a entregársela.

Así pues, las tentaciones son de ordinario, pecar y errar es humano, quien no lo hace no es humano. Sin embargo, entra a talar la reconciliación con nosotros mismos si hemos caído en pecado y claro, la reconciliación con Dios, pues todos los actos malos nos alejan de Dios, nuestro creador e hieren nuestra relación con el ser amado.

Por ello, mientras más cerca estemos de Dios o tratemos de estarlo más cerca también tendremos al demonio tentándonos, molestándonos, él sabe nuestras debilidades, pero debemos aferrarnos a Dios, pues no hay triunfos sin lucha, y la lucha es de cada día, mas aún en estos tiempos en el cual todos quieren hacer lo que quieren, sin importar si está bien o no, o si hace bien al prójimo.

La historia en la religión nos demuestra que satanás siempre ha estado cerca, recordemos desde nuestros primeros padres Adán y Eva, o en la misma vida de Jesús cuando el demonio le dice que le daría el poder de gobernar si tan solo se rinde a sus pies, Judas fue tentado, Pedro también. Así, a lo largo de la historia de la Iglesia de Jesús el demonio ha hecho de las suyas y muchas veces ha dañado la Iglesia a través de los malos actos de algunos. Pero recuerden que Dios siempre vence con el bien, con amor, con perdón. Si caemos, no lleguemos a la conclusión de que somos malos o que Dios nos castigará, eso empeorará la situación y relación con Dios, tampoco pensemos que el demonio no existe porque esa es su mejor arma para los cristianos.

Todo acto malo siempre nos afecta en lo interior, lo mejor es discernir las consecuencias y ver qué es lo bueno para todos. Que Dios nos siga dando fuerzas para vencer a la tentación, que no necesariamente son pruebas de Dios sino un ser llamado demonio que busca destruir nuestras vidas y por ende la de nuestro entrono. Una hermosa oración que nos ayuda a entender esto, son las mismas palabras  que nos enseñó Jesús “…perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en tentación y líbranos de todo mal”.