Solemnidad de la Santísima Trinidad
A veces entre los católicos nos reímos porque hay personas muy ignorantes en la fe (más o menos instruidas en lo humano) que si se les pregunta quién es la Santísima Trinidad contestan mostrando un desconocimiento total.
– Por ejemplo dicen: es una Virgen.
– Ah, la imagen del viejito.
– Una vez me contestó una persona, en concreto: Ah, sí, tres: Santa Rosa, San Martín y la Virgen María.
Qué pena que sepamos tan poco. Permíteme, amigo, un consejo antes de seguir adelante. Pregúntate a ti mismo: ¿qué sé yo en cuanto a la Santísima Trinidad?
Veamos ahora las enseñanzas de la liturgia en esta fiesta muy especial de la Santísima Trinidad. Reflexiona y goza pensando qué grande es nuestro Dios.
La oración colecta, es decir la que recoge las enseñanzas fundamentales del día. Recordamos en ella que el Padre ha enviado al mundo la Palabra de la verdad, es decir, a su Hijo encarnado en el seno de Santa María y al Espíritu de santificación el día de Pentecostés. Ambos nos revelan el admirable misterio de la Santísima Trinidad. Por eso le pedimos tres cosas importantes para nuestra vida de fe: – “Profesar la fe verdadera”, es decir, el tesoro maravilloso de la revelación. – “Conocer la gloria de la eterna Trinidad”; glorificar a Dios es la misión más grande de toda criatura. – “Y adorar su unidad todopoderosa”, es decir que, siendo Tres Personas, es un único Dios y cada una de las Personas es todopoderosa.
El prefacio del día es también la presentación del gran misterio trinitario. Así nos enseña que el Padre, “con su Hijo y el Espíritu Santo es un solo Dios, un solo Señor; pero no una sola persona sino que son tres Personas distintas en una sola naturaleza, es decir en un solo Dios.
Por eso, lo que creemos respecto a la gloria del Padre, porque así Él mismo nos lo ha revelado, lo afirmamos tanto del Hijo como del Espíritu Santo, sin ninguna distinción. Por eso nuestra fe nos lleva a adorar tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad”.
Como ves, si te preguntan quién es la Santísima Trinidad, la liturgia te está dando unas respuestas muy claras para tu meditación y para que puedas enseñar a otros. De todas maneras el misterio de la Santísima Trinidad no solamente es profundo sino lo más maravilloso de nuestra fe.
El Deuteronomio, que como sabemos pertenece todavía al Antiguo Testamento, nos habla de la grandeza del Dios de Israel. Nos presenta las maravillas de Dios, pero no la Santísima Trinidad, porque era un misterio desconocido para ellos. Podemos reflexionar cómo resalta la gloria de Dios:
“¿Hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído la voz del Dios vivo hablando desde el fuego y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso?”
A continuación presenta el corazón de la fe del Antiguo Testamento que es el monoteísmo: “Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro”.
Salmo (32). Dichoso tú, amigo, porque tú perteneces a la herencia de Dios, Dios es mi herencia:
“Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad”. Como ves, Dios, ya desde el Antiguo Testamento nos advierte que Él es quien nos ha escogido. Reflexiona personalmente, en las enseñanzas del salmo, mientras repites el estribillo.
San Pablo enseña a los romanos que este Dios tan grande es nuestro Padre y nosotros sus hijos. ¿Por qué? “Habéis recibido no un espíritu de esclavitud para recaer en el temor (recuerda que un cristiano no puede vivir del miedo) sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: ¡Abbá, Padre!”.
Ahora el Espíritu y nuestro espíritu han llegado a ponerse de acuerdo, para decir que somos hijos de Dios. Ser hijo de Dios comporta también una herencia. Nuestra herencia es Dios y la compartimos con Cristo “si sufrimos con Él para ser también con Él glorificados”.
El Evangelio de San Mateo se ha escogido en este día porque en él hay una manifestación trinitaria cuando Jesús, antes de subir al cielo, les dice a los suyos: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Desde entonces en la Iglesia todo se hace “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Pero sobre todo, el bautismo cristiano se hace en nombre de la Santísima Trinidad como te lo hicieron a ti, cuando derramando el agua, pronunciaron las palabras que mandó Jesús.
Como ves, cuánta riqueza nos ha dejado el Señor al revelarnos el misterio más grande de nuestra fe: la Santísima Trinidad. Recuerda siempre que la Trinidad Santa habita en tu corazón: “Vendremos a él y haremos nuestra morada en él”.
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