Meditación sobre el Papa

Francisco está en México. ¿Qué es lo que realmente supone esta situación?, ¿quién o qué representa Francisco?, ¿por qué es un hecho importante, que se sale de los acontecimientos habituales de la vida nacional? Para responder a esa pregunta es preciso aclarar quién es Francisco. Lo realmente fundamental no es que sea Jorge Mario Bergoglio, con todas las indudables dotes de simpatía y autenticidad propias de esta maravillosa persona; lo esencial es que Francisco es el Papa y el Papa es Pedro.

Podemos afirmar: lo radicalmente importante no es tanto que Francisco está en México, sino que el Papa está en México. Ciertamente Francisco es el primer Papa latinoamericano, y por ello el parentesco espiritual se torna más grande, pues la idiosincrasia y la historia son semejantes. Pero, insisto, lo realmente decisivo es que el Papa está en México. El hecho de que actualmente la movilidad de las personas sea muy grande quizá pueda quitarle un poco de novedad al evento. Además, ahora podemos saber lo que el Papa dice en tiempo real. Basta bajarse, por ejemplo, la aplicación “The Pope App” y estaremos informados de todo lo que diga Francisco, con carácter de oficial, es decir, no interpretaciones sobre lo que ha dicho. Por ello la originalidad del evento puede diluirse, pero la facilidad de comunicación no debería hacernos perder de vista la riqueza del contenido, la realidad que representa, el valor de lo que dice.

Francisco, como los Papas a lo largo de la historia, es indudablemente un actor importante dentro del escenario internacional. Cualquier persona, independientemente del credo que profese o incluso careciendo de él, reconoce que ha representado un papel ejemplar en la comunidad internacional. Para los católicos, además, ha supuesto recuperar, en gran medida, el prestigio mediático de la Iglesia, la autoridad moral, precisamente por sus sencillos pero elocuentes gestos de autenticidad, pobreza e interés concreto y práctico por los que sufren. Todo ello, siendo importante, no es lo esencial, por lo menos desde una perspectiva de fe.

Para ahondar en lo que el Papa supone para la fe, me serviré de algunas consideraciones de un santo de nuestro tiempo, san Josemaría Escrivá, que destacó, entre otras cosas, por su cariño al Papa y enseñó a multitud de personas a tenerlo también. Un cariño que el calificaba de “teológico”, en el sentido de superar lo meramente emotivo o sensible. Sin despreciar esto último, sino incluyéndolo, mostró cómo la raíz profunda de este afecto se encuentra en la fe, y no como algo accesorio o accidental de la misma, sino en su núcleo más profundo.

“Cristo. María. El Papa. ¿No acabamos de indicar, en tres palabras, los amores que compendian toda la fe católica?” (Instrucción 19-III-1934, n. 31). La actitud ante el Papa es la de amarlo, pero llama poderosamente la atención el lugar de privilegio que le concede. Obviamente en primerísimo lugar está Dios (“amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón” dice la Escritura), después la Virgen, madre de Dios, pero en tercer lugar sorprende que un hombre, como nosotros, ocupe el puesto preeminente. Insiste con frecuencia en esta idea: “Hemos de pensar los católicos que, después de Dios y de nuestra Madre la Santísima Virgen, en la jerarquía del amor y de la autoridad viene el Santo Padre” (Forja n. 135). “Para mí, después de la Trinidad Santísima y de nuestra Madre la Virgen, en la jerarquía del amor, viene el Papa” (Conversaciones n. 46).

¿Por qué esa preeminencia? Porque el Papa es Pedro, vicario de Cristo aquí en la Tierra (“lo que ates en la Tierra quedará atado en los cielos” ha dicho el Señor), o en expresión de santa Catalina de Siena, que tanto agradaba a san Josemaría, “el dulce Cristo en la Tierra”. Era tal la firmeza de su amor, que incluso llegó a decir, y es oportuno recordarlo, frente a los resquemores de algunos que dudan de la ortodoxia del Papa: “Prefiero limitarme a obedecer al  Papa. Si alguna vez el Sumo Pontífice decidiera que el uso de una determinada medicina, para evitar la concepción, es lícita, yo me acomodaría a cuanto dijera el Santo Padre” (Conversaciones n. 95); cosa que no sucedió, más bien lo contrario, al publicar el beato Pablo VI la Encíclica Humanae Vitae. Es decir, si lo dice el Papa, aunque vaya en contra de su opinión personal, estaba dispuesto a obedecer, a bajar la cabeza, porque es el Papa y en materia de fe representa a Cristo. Por eso es importante el viaje, por eso es preciso poner atención a lo que diga Francisco.

P. Mario Arroyo

Doctor en Filosofía