Apertura del ‘Año Santo de la Misericordia’ en Piura
Solemne apertura de la Puerta Santa e inicio del Jubileo Extraordinario
13 de diciembre de 2015 (Oficina de Prensa).- La mañana de hoy, Domingo III de Adviento, con gran gozo y en comunión con todas las Diócesis del mundo, Monseñor José Antonio Eguren Anselmi S.C.V., Arzobispo Metropolitano de Piura, presidió la Solemne Santa Misa de Inauguración del Jubileo Extraordinario de la Misericordia en nuestra Arquidiócesis, con la apertura de la “Puerta Santa” de la Basílica Catedral de Piura.
La Santa Misa, que se inició en los exteriores de la Basílica Catedral, contó con la participación de un importante número de sacerdotes, religiosas y cientos de fieles que se congregaron desde temprano para vivir con alegría y fervor el inicio de este tiempo de gracia y de encuentro con la misericordia de Dios para todos los creyentes. Un momento muy especial y emotivo fueron los espontáneos aplausos del pueblo fiel al ser abierta la Puerta Santa, para luego cruzarla en procesión detrás de nuestro Arzobispo y colmar por completo la Basílica Catedral.
Un hecho a resaltar fue la presencia en la celebración, como un peregrino más de la misericordia, del R.P. Manuel de Luis y Lorenzo, sacerdote redentorista y gran confesor de Piura, quien con sus más de 90 años de edad dio testimonio de que todos estamos necesitados de la misericordia divina, sin importar la edad o la etapa de nuestra existencia. A continuación compartimos con ustedes la Homilía completa de nuestro Arzobispo en esta fecha tan especial:
HOMILÍA
Queridos hermanos y hermanas:
Con la apertura de la Puerta Santa para nuestra Arquidiócesis, hemos iniciado este Año Jubilar Extraordinario de la Misericordia. Haber entrado por esta puerta nos exige lanzarnos a la apasionante aventura de descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno de nosotros para abrazarnos como al «hijo pródigo» en la persona de su Hijo Jesucristo, quien es la misericordia hecha carne.
El Adviento y la cercanía de la Navidad, son tiempos favorables para contemplar la Divina Misericordia, que es Dios-Amor: Al Padre que nos manifiesta su perdón dándonos a su único Hijo por medio de Santa María; al Señor Jesús que nos abre su amoroso Corazón en el portal de Belén y lo abrirá aún más radicalmente en la Cruz; y al Espíritu Santo que nos renueva y recrea con su amor, haciéndonos capaces de ser artesanos de reconciliación y fraternidad en la Iglesia y en el mundo. Que en este tercer domingo de Adviento, domingo de «Gaudete» o de regocijo en el Señor, la alegría de descubrirnos amados por la Trinidad-Misericordia, llene siempre nuestras vidas de esperanza.
¿Por qué un Jubileo de la misericordia? Porque en primer lugar el mundo la necesita con urgencia. El mundo de hoy marcado por tanta crueldad, atrocidades, violencia, egoísmo, injusticias, juicios y condenas, necesita de la misericordia y de la compasión. Necesita comprender que la crueldad y la venganza no son el camino. Precisa descubrir a Dios como Padre misericordioso, y experimentar más que nunca lo que el Papa Francisco ha llamado: «El toque dulce del perdón de Dios, su presencia al lado de nosotros, su cercanía, sobre todo en los momentos de mayor necesidad». Y es verdad, la misericordia, que es la cara más auténtica del amor divino, todo lo sana y transforma.
Aun cuando el mundo se oponga al Dios de la misericordia y busque arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia, reforcemos en este Año Jubilar la certeza que la misericordia contribuye realmente a la edificación de una sociedad más humana y que ella puede cambiar al mundo.
Pero no sólo el mundo necesita de la Misericordia, también la necesita la Iglesia y cada uno de nosotros que somos pecadores. Como a un nuevo Bautista (ver Lc 3, 10-18), hoy nos dirigimos al Papa Francisco y le preguntamos: Santo Padre, ¿qué debemos hacer? Y el Papa Francisco nos responde con claridad: «Escojan aquello que a Dios más le gusta». Y, ¿qué cosa es lo que a Dios le gusta más? Perdonar a sus hijos, tener misericordia de ellos, manifestar su ternura para con todos, dar su abrazo reconciliador, prodigar sus caricias llenas de afecto.
Se nos concede un año de gracia para confesar con humildad: Señor yo soy un pecador. Señor yo soy una pecadora. Ven con tu misericordia a mí vida, necesito de tu perdón. Hermanos, ¡este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Se nos regala un año de gracia para abandonar nuestro amor propio a menudo disfrazado de hipocresía y mundanidad para acoger un amor gratuito que se me da como principio de una vida nueva. Que María nos alcance el valor de la humildad para pedir perdón y para acoger el perdón, porque sólo así seremos capaces de dar misericordia a los demás, de tener las actitudes del Buen Samaritano, de ser antorchas resplandecientes de la misericordia del Padre en el mundo de hoy.
La misión está ahí por delante: Vivir la misericordia en cada lugar, en cada ámbito de la vida: En la familia, la parroquia, la comunidad, en el estudio, el trabajo, en el barrio. Abramos el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. Y es verdad: «¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo, la Iglesia está llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención» (Papa Francisco, Bula Misericordiae vultus, n. 15). En particular, los exhorto a que vivamos la misericordia con todos aquellos que sufrirán como consecuencia del próximo Fenómeno del Niño.
Los aliento a que a lo largo del Año Jubilar Extraordinario, ganemos frecuentemente el don de la Indulgencia plenaria peregrinando a cualquiera de las catorce iglesia jubilares designadas en Piura y Tumbes, nos acerquemos confiados al sacramento de la confesión, que los sacerdotes-confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre, que todos practiquemos con continuidad e insistencia las obras de misericordia tanto corporales como espirituales: Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos; dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. Como nos dice el Papa, las obras de misericordia serán un medio maravilloso para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina.
Que María, Madre de la Misericordia hecha carne, Jesucristo nuestro Señor, nos acompañe en la Navidad y en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios. Que Ella no se canse de volver a nosotros «esos sus ojos misericordiosos», como le suplicamos en la oración de La Salve. Que así sea. Amén.
San Miguel de Piura, 13 de diciembre de 2015
III Domingo de Adviento
Arzobispado de Piura.
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