El monasterio de Santa Catalina, soñado por Santa Rosa, cumple 400 años

El sueño, entendido como deseo, santo sueño de Rosa, se cumplió, se hizo realidad y este 10 de febrero del 2024 lo celebramos 400 años después. Y las piedras vivas de su monasterio, las religiosas dominicas repican las campanas y nos convocan a toda la Iglesia para vivir con ellas su jubileo. Y un jubileo es una oportunidad de hacer memoria, recordar para agradecer por el don y legado recibido, de comprometerse con pasión en el momento presente, el aquí y ahora, para lanzarse al futuro con confianza y esperanza. Te Deum, oración, acción.

La creación de este monasterio se remonta al año 1589, cuando María de Celis, abuela del Arzobispo de México, Feliciano de la Vega, y de dos provinciales de la orden de los dominicos del Perú, trató de fundar un monasterio de monjas dominicas en Lima, ya que no existía ninguno de esta orden en la capital del Virreinato. Así, doña María comunica su proyecto al Provincial de los Dominicos, el padre Domingo de Valderrama, quien delega el tema al Padre Procurador para que lo ejecute. Se inician los trámites para obtener las licencias necesarias, lo cual no fue tan complicado pues, tanto el papa Sixto V como del rey Felipe II, las otorgan sin mayor dificultad. Pero mientras se estudiaba cómo dar comienzo a la construcción del Monasterio, doña María de Celis muere y los trabajos se detienen por falta de presupuesto.

Pasaron los años y, en 1607, aparece la figura de Rosa de Lima, quien interviene afirmando que, de ser monja, lo sería en el nuevo Monasterio que pronto se ha de fundar. Pero Rosa no solo se conforma con anunciar la fundación. Hizo todo lo que estuvo a su alcance para cumplir el objetivo. Obtuvo parte del terreno para la construcción del Convento y encargó, por medio de los frailes dominicos en Roma, una imagen de Santa Catalina de Siena, la que hasta hoy se exhibe en el coro del Monasterio, pues dijo: “es deseo del Señor, que la nueva casa de oración se ponga bajo esta advocación”.

Sucedió que Rosa se encuentra con una señora llamada Lucia Guerra de la Daga, de 30 años de edad, con tres hijas, en quien la Santa vio ser el instrumento elegido por Dios para la fundación del nuevo Convento; y se lo anuncia. Será la propia fundadora quien declara en el proceso de canonización de Santa Rosa que la conoció en casa de doña Isabel Mejía por ver y conocer  a  la niña Mariana, criada de doña Isabel. Después de conversar un rato cuenta que Rosa “ mirando a esta testigo con mucho gozo y mucha atención llegó a darle un grande abrazo y poniéndole rostro con el suyo la dijo: “Calle madre que la ha de guardar Dios para una grande obra”. Y esto repitió dándole muchos abrazos con lo cual se apartó de ella. Pasaron los años, mueren el esposo y los hijos de doña Lucía y todo se encaminó para realizar esta santa obra. Se tramitaron las licencias y, una vez conseguidas, cede por escritura pública todos sus bienes para el servicio del nuevo Monasterio, y se empieza la construcción.

Lo cierto es que la obra se culmina el año 1624 y se escogieron 33 jóvenes de las muchas que esperaban la apertura de este nuevo monasterio. Al mismo tiempo, el Arzobispo solicita al convento de la Concepción 5 religiosas y 2 del monasterio de Santa Catalina de Arequipa para colaborar en esta fundación. Así, el 10 de febrero de 1624, se abren las puertas de la nueva casa de oración. Para la ocasión, se organiza una gran grandiosa procesión, desde la Catedral, presidida por el Virrey, seguido por el personal del Cabildo y el pueblo limeño. Al día siguiente, teniendo como testigos al Arzobispo y al Provincial de los dominicos, toman los hábitos, para iniciar su noviciado, las hermanas Lucía y Clara Guerra de la Daga, según la Regla de la Orden de Santo Domingo de Guzmán. Al tercer día, visten el hábito otras 33 muchachas. Un año después, las fundadoras, hacen su profesión religiosa. Desde entonces, quedó elegida como Priora del Monasterio Lucía Guerra de la Daga. De esta manera, las religiosas de la Concepción y las del Monasterio de Santa Catalina de Arequipa regresaron a sus respectivos monasterios.

En sus primeros 10 años, el Monasterio de Santa Catalina llegó a tener hasta 300 monjas. En 1629 recibió a la madre de Santa Rosa, con lo que se cumplió otra de sus “profecías” de la Santa: “vos misma, querida Madre, seréis una de las monjas del Convento que se ha de fundar después de mi muerte”. Vistió el hábito y tomó el nombre de Sor María de Santa. María. Se conservan en un oratorio especial los restos de esta religiosa ejemplar. En 1708, a pedido del Arzobispado de Lima, salieron de Santa Catalina, 4 monjas para ayudar en la fundación del nuevo Monasterio de Santa Rosa de Santa María de Lima. En 1996, 5 monjas cooperan en la fundación de un monasterio en Quillabamba, Cusco. Y, a la fecha, 2024, acaban de fundar en Guatemala, celebrando con gozo su jubileo cuatricentenario con casi 30 hermanas en el rinconcito de cielo del  jirón Andahuaylas 1183, en medio del bullicioso y trepidantes populares mercados de Paruro y el Hueco, en el centro histórico de Lima.