El relativismo de algunos jesuitas mexicanos

Perú Católico, líder en noticias.- Para algunos jesuitas, «más allá de las interpretaciones culturales de la religión que hoy tienen a Medio Oriente en llamas, al Congreso de Estados Unidos debatiendo si los homosexuales tienen derechos civiles, y a algunos ciudadanos indios dudando si una mujer tiene autonomía sexual, está la mistagogía» (http://www.iteso.mx/web/general/detalle?group_id=1846430). 
En unos diálogos acerca del «Pensamiento Jesuita sobre la Actualidad», José Martín del Campo, SJ presentaba la posición jesuita para la actualidad con visos relativistas. Uno pensaría que este pensamiento sería objetado, pero no; estas ideas fueron acentuadas por un jesuita ya conocido en cuanto a la promoción de una visión sincretista de la fe. El también sacerdote jesuita Alexander Zatyrka. El sacerdote mexicano empezando con un discurso aparentemente unificador, afirmaba que toda persona debe «descubrir una armonía, que todos somos parte de una misma realidad, que somos hermanos y responsables unos de otros».
En las jornadas jesuitas que se desarrollaron en «la terraza de la Biblioteca Dr. Jorge Villalobos Padilla», el padre Zatyrka, profesor del Departamento de Filosofía y Humanidades, afirmó que las religiones fueron fundadas por místicos, los cuales en su mayoría no escribieron ningún libro. En estos fundadores, «su preocupación no era dejar una serie de reglas y doctrinas o referentes de ese tipo— que a veces es lo que desvirtúa el camino religioso—, sino asegurarse de facilitarle a quienes los seguían la experiencia de trascendencia; es decir, toparse cara a cara con Dios».
Estas afirmaciones ¿Son acordes con la doctrina que la Iglesia enseña sobre Jesucristo? ¿Con la Iglesia Católica como custodia del depósito de la fe? Es tremendamente peligroso lo que el compañero jesuita de Zatyrka, Martín del Campo afirma como consecuencia de lo dicho: «El Dios de la religión no coincide, necesariamente, con el Dios de la revelación». 
Y aquí viene lo interesante, pues luego de este recorrido aparentemente sereno, la lógica sincretista se va mostrando con claridad. Y Zatyrka la muestra así: «El ser humano necesita encontrarle sentido a su vida, y la religión, entendida como una serie de datos, puede dársela; pero a veces en su desesperación incorpora sentidos que no lo humanizan». Lo que lleva a que defina una religión de una forma bastante peculiar: «Una religión implica una tradición milenaria, el uso consciente y permanente de la capacidad racional y crítica del ser humano, y este encuentro de sensibilización con esta realidad que es omnipresente pero no necesariamente obvia». Uno se pregunta ¿Toda religión da sentido a la vida? ¿Y la verdad de Jesucristo? ¿Está al mismo nivel que las demás «verdades religiosas»?
Desde esta visión igualitaria de la religión, sin norte claro en la Revelación de Jesucristo como única verdad, es lógico que el jesuita mexicano afirme que «si quiero saber quién soy yo, cuál es mi identidad, no hay otro camino de alcanzarla que entrar en relación con los demás». Con lo que contrapone Zatyrka lo que dice la gadium et spes 22: «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Cristo nuestro Señor… manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona». 
No es entonces extraño que la visión de Zatyrka, muy horizontal, exprese que «una buena propuesta religiosa de cara a la construcción de la paz implica que la gente descubra esta dimensión relacional de lo humano». Entonces ¿Dónde queda aquello de que Jesucristo es nuestra paz? (Ef 2, 14). Esta paz ¿La construimos los hombres relacionándonos solo con buena voluntad? 
Es lógico entonces que la conclusión del compañero del jesuita Zatyrka, Martín del Campo, sea la siguiente: «Jesús no dejó un manual, dejó su espíritu para que inventen un nuevo futuro. No necesitó adoctrinar al otro, sino vivir congruentemente en un testimonio de que mi vida aporta algo a la historia y al problema de la paz”. Por eso, dirá, que «si todas las religiones regresaran a vivir como vivieron los grandes místicos, podrían dialogar perfectamente». 
Preocupante.