El artículo anterior (amazing grace) explicaba como la gracia es el sentido de la vida diaria. Ahora se trata como el ser humano puede descubrir la invitación de Dios. La persona debe ensimismarse para poder vivir desde sí misma y no según lo que opinan los otros. El mundo está alterado por un aluvión de presiones de los medios y redes que obligan a actuar mecánicamente. Esta alteración hace perder al ser humano la posibilidad de recogerse dentro de sí mismo y definir él mismo lo que quiere, lo que cree y lo que no acepta. El ser humano vive en el riesgo permanente de deshumanizarse. El aluvión de “noticias” procure que los seres humanos no reflexionen y no tomen sus decisiones a partir de sus propios criterios. Julián Marías, filósofo, español, sostiene que el ser humano solo puede encontrase a sí mismo por retirarse en su vida íntima que le permite distanciarse del mundo fragmentado de múltiples opiniones que lo quieren alejar de ser sí mismo y someterse a los intereses de otros.

No se trata de un egocentrismo o aislamiento sino la condición para poder meditar sobre el mundo exterior. De esta manera puedo descubrir cual es la verdadera belleza de la vida y puedo decidir dentro de uno mismo como debo pensar y vivir. Lo adentro define lo de afuera y no lo de afuera lo de adentro.

Los actos de los seres humanos son accesibles a normas bajo la forma de enseñanza y recomendación. Las normas morales están dentro de un conjunto de normas como las tecnológicas, estéticas, estratégicas etc. Estas normas están estrechamente ligadas a la práctica de las acciones. El ser humano quiere que todo salga bien y por eso necesita las normas para lograrlo. No se trata de preguntar por quién habla o quien actúa sino del ensimismado que debe escoger el bien. Paul Ricoeur, filósofo, francés, señala que no se puede encontrar las normas adecuadas sin tener previamente una conciencia del bien como ya lo indicó Aristóteles. Lo primero que la persona debe hacer es cultivar la conciencia del bien. El ser humano virtuoso es él que piensa en los valores espirituales.  Por eso, es necesario amar a sí mismo, a los valores, para poder compartir el bien con el otro. No se trata de egoísmo o interés porque si fuera por interés el amor terminaría cuando termina el interés.  El ser humano debe empezar a buscar el bien por estima a sí mismo y recién después tiene la capacidad para hacer el bien a los demás. El ser humano que ama a si mismo puedo amar a los demás porque el principio es el amor. La conciencia va acompañada por la actividad de buscar el bien del otro. Sin embargo, no puedo estimar a mi mismo sin estimar al otro como a sí mismo. Necesito el amor del otro para poder descubrir el bien. Por ejemplo, la relación entre esposos. Es una moral desde la interioridad o del ensimismamiento dirigida a los otros, pero con la donación de los otros.

El interior de mí mismo puede ser entendido como “Otro como mí mismo”. Según San Agustín: Dios es más intimo a mí que yo a mi mismo.” Él ilumina a la misma conciencia. Es el Otro en nosotros que posibilita nuestra libertad y la respeta. Existe “la posibilidad de arrepentimiento o de “conversión” a otro sentido de la vida. “Precisamente esto es el ejercicio más radical de la libertad, inexorablemente unida a la verdad, porque es la recuperación de uno mismo, la vuelta a la autenticidad” (Julián Marías).  Dios está presente en la historia e invita al cambio.

Dios se entrega a todos por igual. Solamente podemos entender una diferencia entre las personas en la medida que uno tiene más disponibilidad que otro para recibir a Dios. El ser humano puede también cerrarse para cualquiera disponibilidad. Pero los que viven con la disponibilidad son acogidos en el amor de Dios y saben lo que significa la gracia.