Rosa de Lima fue la primera santa de América y con el Protector del Perú José de San Martín “Patrona de la Independencia”, Miguel Grau ganó para el Perú la victoria moral en la infausta Guerra del Pacífico.

Acabo de ver la excelente exposición de Luis Enrique Cam, sobre su documental titulado “La gesta del ‘Caballero de los mares` en el Huáscar, bajo la mirada del corresponsal de guerra Julio Octavio Reyes, en “Puentes hacia el Bicentenario” desde el Fondo Editorial del Congreso de la República. A él escuché por vez primera la pertinencia de incoar el proceso de beatificación de Grau. Doctores tiene la Santa Madre Iglesia. Pero lo que es cierto es que se nos impone la tarea de profundizar en los valores cívicos del marino, político, padre de familia, hombre de a pie, del peruano que se gana la amistad de los chilenos y hasta de González Prada, y por, supuesto, la religiosidad del héroe.

Estos días que recordamos los 60 años de la muerte de otro gran tribuno, historiador y diplomático como Raúl Porras Barrenechea, bueno es recordar lo que dijo en su “Elogio a Grau” con ocasión del 75° aniversario del glorioso Combate de Angamos: “En el desempeño de su función legislativa exhibirá la misma sobriedad de gesto y de alma que en la milicia. Habla pocas veces diciendo que no conoce los usos parlamentarios y apoya gestos de magnanimidad y filantropía”. En todo momento se evidencia en él su absoluta voluntad de servicio al país.

En estos “tiempos recios” que diría santa Teresa, prácticamente inmersos en los fastos del Bicentenario de la Independencia, es “justo y necesario” recordar la entrañable anécdota que une espiritualmente a los dos peruanos más universales: Grau y Santa Rosa. La devoción del Almirante por Santa Rosa se comprueba en la estampa encontrada en su camarote el fatídico 8 de octubre de 1879 y que acusa pequeñas manchas de la metralla:
“Miguel: Que esta santita nuestra te acompañe y si no te regresa con vida que te traiga lleno de gloria”.

Fue la dedicatoria que le escribió Monseñor José Antonio Roca y Boloña, su gran amigo, quien fue el responsable de la Oración Fúnebre a Grau. En ella nos comparte que el Almirante es el hombre que hace de la oración su luz y su fortaleza; que antes de partir a campaña “fue humilde a inclinarse ante un ministro del altar, y así se llevó al combate su alma pura, y su conciencia tranquila”; que él es el marino que recibe la sagrada comunión en el Convento de los Descalzos y ello le dio la fortaleza para entregar su vida por el Perú; que después de haberse confesado y comulgado con su director espiritual P. Gual, se arrodilló filialmente a los pies de Nuestra Señora de los Ángeles, Madre de Dios y Madre Nuestra, para encomendarse a Ella y consagrarle su familia y toda su tripulación.

En palabras de Luis Alayza y Paz Soldán, que recoge y glosa José Agustín de la Puente: “Paz Soldán, que hablaba con Grau en francés, recordando los tiempos en que ambos vivieran en París, díjole, al despedirlo en la puerta: va usted a cosechar nuevos lauros, Contralmirante. Tout est perdu – Contestó Grau –. Me voy para no volver. Esta mañana he comulgado en los Descalzos, y estoy preparado para entregar mi alma a Dios”.

Tales palabras calaron en el alma no sólo de su joven amigo Alayza, sino que “irradiaron a toda una generación que vio en el comandante del Huáscar y a su tripulación como la última esperanza del pueblo peruano ante la incapacidad, desorden, falta de previsión estratégica y unidad nacional por parte de la mayoría, o al menos los más influyentes, gobernantes de aquellos agrios años de guerra”.

Recordamos y hacemos nuestra la bella dedicatoria para estos tiempos de pandemia: Que Santa Rosa nos acompañe y si enfermamos que sea ayudando a resucitar llenos de gloria como Perú, ahora.

Foto del autor de esta sección y artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito.

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