La época de la “armonía” y la “felicidad” de la Modernidad conoció innumerables guerras. El siglo XX con las dos guerras mundiales (unos setenta millones de muertos) y el desastre del comunismo con 120 millones de muertos hacían reflexionar a los pueblos.  Por fin, se comprendió que las naciones debían llegar a un acuerdo. Se buscaba revertir la situación por medio de la recuperación de la idea de los derechos humanos. La formulación de la declaración de los derechos humanos tiene su origen en el siglo XVII y su plasmación en la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776) y de la Revolución de Paris (1789). Los derechos humanos son producto del pensamiento filosófico del liberalismo, ideas de Locke, Rousseau y Kant.

Se declara la dignidad inherente a cada persona. Es por lo tanto una decisión ética y es, además, la decisión central de la ética porque se trata del fundamento de todo, de la norma para el derecho y la política. Esta afirmación incluye la universalidad de los conceptos porque un multiculturalismo absoluto imposibilita el entendimiento entre personas y culturas. Juan Pablo II ha calificado la declaración de los derechos humanos como una piedra miliar en el camino del progreso moral de la humanidad. El reconocimiento de los derechos humanos es una decisión transcendental porque todos los Estados están obligados a respetarlos.  Son las normas generales de referencia para todas las acciones de los Estados. Los filósofos ateos que niegan la fundamentación ontológica de la ética, reconocen, sin embargo, la necesidad de los derechos porque el ser humano es capaz de las cosas más atroces. Tanto el pensamiento teórico como práctico necesitan un principio para evitar perderse en el caos del universo sin rumbo.

La declaración de 1789 expresa la emancipación civil de cada ciudadano y, por tanto, la disminución del poder estatal. Los ciudadanos tienen el poder y lo delegan a las autoridades del Estado. Es una reacción contra la arbitrariedad de las monarquías y de todas las formas de dictaduras. Dictaduras que también pueden aparecer en el sistema democrático como el caso de Hitler que fue elegido. Se declara los derechos individuales como propiedad, libertad de conciencia, libertad de asociación, libertad política, libertad de opinión, derecho la vida, derecho a la educación, derechos sociales y libertad de religión. El individuo puede cuestionar al Estado cuando no respeta los derechos humanos. Los derechos humanos son una protección contra todas las formas de opresión. Las conquistas de los derechos humanos se realizaron gradualmente entre 1985 y 2005: Civiles y políticas, sociales y culturales, y derechos de los pueblos.

En la conferencia mundial de Viena (1992) los países asiáticos declararon que en su cultura prevalecen “el respeto para la autoridad, los valores de la disciplina y el orden”. Por ser ellos mayoría no se ratificó explícitamente la libertad de prensa, de opinión, de reunión y de religión. Los países islamitas no aprueban los derechos de la mujer y la libertad de religión.

La posmodernidad (filosofía que apareció en el siglo XX en reacción contra la fe ilimitado en la razón y contra las dictaduras) tiene el mérito de haber recuperado la importancia de la persona frente a las estructuras racionales de la modernidad, pero promovió lo particular contra lo universal. La gente piensa en reclamar sus derechos, pero nadie piensa en sus deberes con los demás.  Los derechos individuales se desquician y dan lugar a inventar derechos carentes de criterios. Además, los gobiernos ya no tienen el poder para controlar la trata de personas, las empresas transnacionales, el narcotráfico, la economía informal, los paraísos fiscales etc. La violación de los derechos es continua. Desempleo, pobreza, marginación, racismo, violencia alcanzan niveles intolerables (Emilio García García). Los organismos internacionales se preocupan más por la teoría de género que por los países más necesitados de desarrollo.  El individualismo se basa en la desconfianza y en la convicción que el amor de solidaridad es imposible. En esta sociedad no hay un ambiente donde se puede vivir los derechos y valores. El filósofo ateo Luc Ferry se pregunta “¿A donde lleva esta contracultura? El hombre se vuelve cínico, desengañado porque tiene como única meta adaptarse a la realidad individualista.

Uno está obligado a cumplir con las normas jurídicas bajo coacción mientras que las normas éticas brotan de la conciencia de la persona. La ética es la decisión libre para hacer el bien. La dignidad del ser humano está en su libertad que decide respetar los valores y las normas. La ética implica la educación de aprender y cumplir con los deberes. No es la ley que sostiene la moral sino al revés, la moral sostiene a la ley. No se puede mantener una sociedad con sanciones y legislaciones. Las personas deben tener la consciencia del bien y hacer el bien.

Por Fray Johan Leuridan Huys