Meditación sobre el nacimiento de Jesús: «El Pesebre envuelve la gloria de Dios», por P. Jean Pierre Teullet

¡Señor ¿Por qué te has hecho hombre?! Este es el clamor que llenos de estupor le expresamos de corazón al Señor. Y es que ¡es tan grande su amor!

Porque cuando pecaron nuestros primeros padres el amor se trocó en temor. La confianza y familiaridad en miradas desconfiadas y sospechosas. El oír la voz de Dios se tornó para el hombre en algo amenazante. La subjetividad humana cambió el arrullo divino en amenaza terrible. El pecado, nos alejó de Dios. «Te oí andar por el jardín y tuve miedo»[1].

Esta situación terrible pareció ensombrecer todo el horizonte. Y la tristeza, realidad nunca antes conocida, apareció en el escenario cual depredador implacable, pronosticando una compañía horrible. Pero Dios no pudo soportar que su criatura, la única que había amado por sí misma, se perdiese. A pesar del mal causado por el ser humano, Dios no pudo soportar ver lejos de sí al hombre. Porque a pesar de todo, lo seguía amando. Por ello despejó la tristeza a fuerza de esperanza: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar»[2].

Esta promesa, repetida y animada durante todo el Antiguo Testamento, estaba sellada por la identidad misma de Dios. Su palabra responde a su ser, y éste es fiel. La promesa de Dios se cumpliría, porque fiel es Dios. Y así, preparando a su pueblo lo fue educando para esperar al Reconciliador. Tenía que formar el corazón del hombre, tan apegado a veces luego del pecado al mal, para escuchar y ver, para acoger y amar. Tenía que prepararlo para estar listo y acoger la gran promesa: transformar su corazón de piedra a un corazón de carne.

Y así, «al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley»[3]. Al llegar el momento clave y esperado, Dios cumple su promesa. Viene a estar con nosotros y a ser el Emmanuel, el «Dios-con-nosotros». A estar con sus hijos para siempre. Pero Dios sabe bien que el hombre, dolido y sabedor de su propio pecado, le tiene miedo. Dios quiere hacerse cercano nuevamente y estrechar su amistad con el hombre. Pero ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo acercarse al corazón de su amado hombre si éste tiene miedo? ¿Cómo hablarle si éste se ha alejado y teme la sombra de Dios? ¿Cómo podrá el hombre dejar de temer y confiar en Dios? Y allí es donde Dios decide enviar un emisario y dar un signo.

En medio de la noche, a unos pastores que velaban con sus ovejas (los hombre que caminan por el mundo), Dios les envía su mensajero: el Ángel del Señor inicia el acercamiento. «Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor»[4].

Es cierto que los pastores temen, pero pueden ver al Ángel. Sin embargo ¿Cómo podrán ver a Dios? ¿Cómo estar seguros que es Dios? ¿Cuál es la garantía? Y es que todo, que aparece de golpe, suena como a fantasía. Es demasiado hermoso para ser cierto. Entonces ¿Qué podemos hacer para encaminarnos hacia allá?

Dios hará aquí una muestra de su amor y grandeza, pues sabiendo del corazón duro y desconfiado del hombre, se acerca a él dejando de lado el esplendor de su gloria. Se acerca connaturalmente al hombre. De manera común y sencilla se hace presente ¿Por qué? Porque no quiere asustar al hombre, sino ganárselo. Y para eso usa un arma infalible: la sencillez y ternura de un niño.

«Y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre»[5]. Dios se hace hombre, y para ello se hace niño. Indefenso y dulce. Capaz de romper toda barrera, de eliminar toda excusa. Y le da al hombre un signo, una señal. El término óçìåéïí, que aquí es traducido como señal, significa otras cosas más: portento, señal para hacer algo, consigna, contraseña de reconocimiento, identidad, divisa del escudo. Dios les dice mediante el Ángel a los pastores, que la promesa que anunció se ha cumplido, y les dará una contraseña de garantía y seguridad: un niño en pañales y en un pesebre. Este sencillo pesebre es el signo del cumplimiento de la promesa divina.

¿Acaso no es asombroso? Dios muestra su grandeza y la garantiza por medio de una pequeñez: por medio de un sencillo pesebre. El cual se tornará en la prueba de la presencia de Dios en medio de nosotros. El hombre le había cerrado la puerta de su corazón y había obligado a Dios a vivir fuera de su vida, lo había excluido; el hombre, ya no tenía tiempo ni espacio para Dios como se ve hoy cuando no tiene la humanidad lugar para albergar a Dios porque tiene el corazón ocupado con tantas cosas. Sin embargo Dios, que ama tanto al hombre, estuvo dispuesto a todo con tal de volver a entrar en la vida de su criatura rebelde, incluso a entrar a su vida no por la puerta, no como invitado principal, sino por detrás, por la puerta falsa, por el establo, por el lugar que le sobraba al hombre, por el costado herido de Adán, el único lugar que encontró abierto. Dios estuvo dispuesto a entrar por el pesebre para salvar al hombre, y esto a Dios, lleno de tanto amor, no le importó. Solo quería una cosa: volver a estar con su criatura predilecta.

El pesebre, öáôåí, es un comedero de bestias, de animales. Es el refugio de animales (tanto para el frío como para la comida). En Israel los hacían de barro y podían estar o no al lado de una estancia o posada. Aquel en el que nace Jesucristo parece está lejos de una posada, pues la narración no habla de alguien que se encontrase allí y más bien resalta el hecho de habérseles cerrado las puertas de las posadas. Según una muy antigua tradición, se afirma que en el establo estaban un buey y un asno al momento del nacimiento de Cristo. La tradición hace alusión así al pasaje de Isaías: «Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo»[6]. Algunos restos del pesebre se encuentran en la Iglesia Santa María la Mayor, en Roma (cinco tablas que son restos del pesebre) y en la Iglesia de la natividad en Belén.

Pero ¿Por qué Dios escoge al pesebre como contraseña? En la Navidad el pesebre nos habla y nos evangeliza, ya que nos muestra el amor condescendiente de Dios. Y es que «Dios viene sin armas porque no quiere conquistar desde fuera, sino ganar desde dentro, transformar desde el interior»[7]. Hoy el pesebre envuelve la gloria de Dios. Abraza a Dios y lo acoge.

Sabemos que el hombre pecó y se alejó de Dios teniéndole miedo. San Bernardo dirá que al hombre ver a Dios le generaba un inmenso pavor, y Dios con el fin de no atemorizar al hombre, se hace cercano y sencillo. «Hombre ¿A qué tienes miedo? ¿Por qué tiemblas delante del Señor que ya llega? Viene a salvar al mundo, no a condenarlo. En cierta ocasión, un criado infiel te llego a convencer que robaras furtivamente y te ciñeras la corona real. Te sorprendieron en el robo ¿Cómo no ibas a temer? ¿Cómo no ibas a alejarte de su presencia?…Mas he aquí la última noticia del mundo: llega el Poderoso ¿Adónde irás lejos de su aliento, adónde escaparás de su mirada? No huyas. No temas. No viene con ejércitos. No pretende castigar, sino salvar, para que no digas también ahora: “Oí tu voz, y me escondí”. Ahí lo tienes, es un niño y sin voz…Se hizo niño. Las delicadas manos de la Virgen lo envuelven en pañales ¿Y aún te da miedo? Reconoce por estos indicios que no llega para maniatarte y perderte, sino para salvarte y librarte»[8].

Dios habla por medio de ese niño en un pesebre y así se termina aquello de «oí tu voz y me escondí». Ya el hombre no tiene por qué esconderse. Dios quiere hacernos el camino hacia Él fácil, confiable y lo hace lo más cercano posible adecuándose Él a nosotros. «Nace en Belén para compartir nuestra frágil condición humana»[9].  Y es que ¿Quién puede temer a un niño pequeño? ¿Quién puede tener excusa para temer a Dios hecho niño tierno? Por eso dirá el mismo San Bernardo que Dios «se anonadó en la gloria y en el poder, pero no en bondad y en la misericordia»[10].

Para vulnerar nuestra dureza, Dios se hizo dulce niño en un pesebre; para hacer mi corazón de carne, Dios se hizo niño de carne. Para doblegar mi soberbia, Dios se hizo humilde nacido en pesebre. Para alejar mi desconfianza, lo encontré en las manos tiernas de María. Para esfumar mi temor, Dios me conquistó el corazón con su bondad. Y así cumplió lo prometido: «Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne»[11]. Y es que «si algo puede desarmar y vencer a los hombres, su vanidad, su sentido de poder o su violencia, así como su codicia, eso es la impotencia de un niño. Dios eligió esa impotencia para vencernos y para hacernos entrar dentro de nosotros mismos»[12].

El pesebre muestra, cual custodia, a Dios hecho hombre, mostrando así la identidad de Dios: que Es Amor. Dios en el pesebre muestra su verdadera gloria, su amor interminable y capaz de llegar a límites inimaginables por el hombre. «La señal de Dios es su humildad. La señal de Dios es que Él se hace pequeño; se convierte en niño; se deja tocar y pide nuestro amor. Cuánto desearíamos, nosotros los hombres, un signo diferente, imponente, irrefutable del poder de Dios y su grandeza. Pero su señal nos invita a la fe y al amor, y por eso nos da esperanza: Dios es así»[13].

¡Señor ¿Por qué te has hecho hombre en un pesebre como tierno niño?! Para mostrarle al hombre cómo tiene que ser, y es que «en realidad, tan sólo en el misterio del Verbo se aclara verdaderamente el misterio del hombre…Cristo…manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima vocación»[14]. Hoy toca contemplar a Dios hecho niño y maravillarnos. Confiar y estallar en alegría, porque se ha esfumado el temor. Toca ver con los ojos de Dios y mirar que «lo esencial es invisible a los ojos», y que en ese signo, este pesebre acoge la gloria de Dios. En él está acostado Dios mismo. Digamos por esto con el Santo Padre, «vale la pena ser hombre, porque tú te has hecho hombre»[15]. Y aprender de Él que es «manso y humilde de corazón»[16].

Tomemos conciencia de lo que hoy sucede. Tengamos los ojos de la fe, como expresa hermosamente San Bernardo: «Mira lo que te está predicando el establo, lo que proclama el pesebre, lo que declaran estos tiernos miembros. Las lágrimas y los gemidos están evangelizando esto mismo… ¡Oh dureza de mi corazón! Quisiera, Señor, que como la Palabra se hizo carne, también mi corazón se vuelva carne»[17]. Hoy «los pañales que envuelven al Salvador y el pesebre que acoge su cuerpo encierran algún misterio, pues el ángel nos los ofrece como un signo: Os doy esta señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales. Tus pañales se convierten en una señal, Señor Jesús, y una señal en la que muchos aún siguen tropezando»[18].

Abrámosle el corazón a Dios hecho niño, no se lo cerremos. Dejemos de temer y confiemos en el amor que Dios nos tiene. Hagamos que nuestro corazón sea como ese pesebre: humilde, pero acogedor. Sencillo, pero amoroso por ser el único que recibió a Jesús. Abrámosle el corazón a Jesús por medio de María y José y no se lo cerremos como en las posadas. Vivamos del gozo, la alegría y la confianza que este signo divino nos muestra: que Dios cumplió su promesa y  nos ama. Por eso «despiértate: Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho hombre»[19].

[1] Gén 3, 9.

[2] Gén 3, 15.

[3] Gál 4, 4.

[4] Lc 2, 8-11

[5] Lc 2, 12.

[6] Is 1, 3.

[7] Ratzinger, Cardenal Joseph. El Buey y el asno junto al pesebre. En: Ratzinger, Cardenal Joseph. Imágenes de la esperanza. Ed. Encuentro; Madrid 1998, p. 13.

[8] San Bernardo de Claraval. Las cinco fuentes. Sermón primero de la Natividad del Señor, n. 3. En: San Bernardo de Claraval. Obras completas. Tomo III (Sermones litúrgicos, 1). BAC; Madrid 1984, pp. 203-204.

[9] S.S. Juan Pablo II.

[10] San Bernardo de Claraval. Las cinco fuentes. Sermón primero de la Natividad del Señor, n. 2.

[11] Ez 36, 26.

[12] Ratzinger, Joseph. El buey y el asno en el pesebre. En: El rostro de Dios. Sígueme. Salamanca 1983, págs. 19-25

[13] S.S. Benedicto XVI. Homilía en la Misa de Noche Buena, San Pedro, 24 de diciembre de 2009.

[14] GS n.22.

[15] S.S. Juan Pablo II.

[16] Mt 11, 29.

[17] San Bernardo de Claraval. Sobre el nacimiento y pasión de Cristo y sobre la virginidad y fecundidad de la Madre. Sermón tercero de la Natividad del Señor, n. 3. En: San Bernardo de Claraval. Obras completas. Tomo III (Sermones litúrgicos, 1). BAC; Madrid 1984, p. 223.

[18] San Bernardo de Claraval. Abatimiento y humildad del nacimiento de Cristo. Sermón cuarto de la Natividad del Señor, n. 1. En: San Bernardo de Claraval. Obras completas. Tomo III (Sermones litúrgicos, 1). BAC; Madrid 1984, p. 228.

[19] San Agustín. Sermón 185.