Última oración del teólogo Ambroos Remi van de Walle con cáncer terminal, por Johan Leuridan

En cuaresmo reflexionamos sobre el sentido de la muerte de Cristo para salvarnos. Presentamos esta oración sobre la muerte de un teólogo y predicador.

Dios a menudo hablo sobre ti. Nunca he querido hablar en nombre tuyo y retengo mis labios, cuando yo atrevería hacerlo. Me siento mejor cuando me dirijo hacia ti. A decir verdad, se puede hablar de ti solo en la oración. Un ser humano orante no está tan seguro de sus conocimientos. El levanta los ojos, el escucha, el busca, el tienta, el llora, el protesta con rebeldía, se avergüenza con arrepentimiento, el asombra, el admira, el tiene muchas preguntas y suposiciones confusos y de vez en cuando se siente acogido y prueba algo de tu amor.   

¿Dios, podría morir, orando? ¿Podría conocer en mi proceso de muerte todos estos aspectos contradictorios de la oración? Posiblemente ya estaré demasiado cansado, aturdido, sufrido para mostrar algún interés para ti o para los seres humanos. Quizá es posible que la muerte golpea de improviso, que ya no me deje una posibilidad en un momento de suma admiración de preguntar por verte. Es como una oración sin palabras a la cual no corresponde ninguna experiencia, excepto un vacío de impotencia mortal.

Verdaderamente no tengo miedo que voy a sentir de una manera horrible tu ausencia. Ya Tu me lo has acostumbrado poco a poco. Tampoco no temo tanto para la duda. En esto, me sabré igual a tu Hijo en Golgota. No te voy a abandonar dentro todo lo que voy a sufrir: no a ti ni a los seres humanos de quienes puedo sentir tu amor y a quienes yo puedo dar algo de tu bondad.

Me agarro a firmemente a ti. Tu debes pasar conmigo todo. Me debes acompañar, en todo, por medio de todo. Me debes acompañar en la muerte. Puesto que tu te has dado a nosotros, irrevocable nuestro Dios: en malos y en buenos días. No hasta que nos separe la muerte sino para la eternidad. Como Dios eterno te has dado a nosotros en Jesús y en el Espíritu, como los elegidos de tu amor. En Jesús, no puedes negar a ti mismo. No te puedas separar de nosotros. En Jesús, el don de ti mismo a nosotros, nos has hecho, por nada, herederos de la vida eterna.

Cuando tu vas entrar en la muerte conmigo, me vas también liberar de ella. Pero, entonces para verte. No es que lo deseo mucho. Pero si se llega a este momento, entonces es un deber. No nos vas a decepcionar. No nos has creado para la tumba, sino para ti mismo.  Sin duda estoy enormemente curioso cómo será todo. Sencillamente no me puedo imaginar algo. Será sin duda, muy diferente de todo lo que he escrito y narrado sobre esto. Sin embargo, estoy profundamente convencido que estoy pensando correctamente en la dirección sobre la vida eterna. En el cielo no seré asumido como un alma sin carne. Nunca creo que en la luz de tu amor que entonces veré, debería reconocer que todo amor entre los seres humanos era únicamente provisional y quemará como paja en el fuego de tu amor. No puedo hacer otra cosa que llevar otros seres humanos conmigo hacia ti y estoy convencido que te veré rodeado por seres humanos. El primero que encontraré será indudablemente el hombre Jesús y después veré todos sus seguidores.

Tu vas a coronar y concluir en el cielo todo lo que nosotros hemos hecho por acá. Es a partir de esta confianza que nosotros continuamos en la imitación de tu Hijo. Este camino es difícil y termina en un lugar de decepción. Sin embargo, por allá tu esperarás a nosotros, a mi, para glorificarnos y para coronar el trabajo de nuestras manos. En esta confianza quiero vivir y morir.     

Por Fray Johan Leuridan Huys