La reflexión metafísica ha contribuido a entender a Dios como el transcendente, el todopoderoso, el absoluto, pero Jesús ha puesto un fin a la violencia de lo sagrado, no solo por los ritos con sacrificios, pero también de un Dios todopoderoso y violento como podemos leer en el antiguo testamento. Dios dirigió la salida de la esclavitud en Egipto, mandó el alimento del maná, Dios dirigió el ejército para conquistar la nueva tierra, el pueblo fue en destierro en Babilonia por ser infiel etc. Se entendía a Dios como alguien que se preocupa por el bienestar material del pueblo.

Hay una cierta ruptura con esta mentalidad en el nuevo testamento. Invitaron a Jesús para sanar un paralítico y Jesús dijo al paralítico: “Hijo, se te perdona los pecados” y después dijo al paralítico” Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. El nuevo testamento inaugura una nueva visión de lo religioso.  Dios se hizo hombre con la voluntad de hacer un pacto de amistad con el ser humano. “Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre (Juan, 15: 15).  La transcendencia de Dios ya no es de un Dios de una identidad absoluta sino una transcendencia de amor.  Él se hizo hombre sin dejar de ser Dios, pero se identificó totalmente con nuestra vida, al extremo de la pasión y de la crucifixión. Jesús asumió la vulnerabilidad humana sin dejar de ser el amor absoluto. “Él compartía la naturaleza divina, igual Dios por propio derecho, sin embargo, se redujo a nada, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Y rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte” (Filipenses, 2: 6,7). El sufrimiento de Cristo es la manifestación del misterio de la solidaridad de Dios con el ser humano que es víctima de diversas formas del mal en el mundo.

Cristo se da a conocer en la intimidad de cada persona. Cristo ha revelado el amor del Padre dándonos la nueva creación.  “Así que nosotros no miramos ya a nadie con criterios humanos; aun en el caso de que hayamos conocido a Cristo personalmente, ahora debemos mirarlo de otra manera. Toda persona que está en Cristo es una creación nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha llegado. Todo es obra de Dios, que nos reconcilió con él en Cristo y que a nosotros nos encomienda el mensaje de reconciliación.” (II Corintios, 5:16-18).

Por la entrada divina en la condición humana cada uno recibe dignidad y podrá establecer una relación de amor del bien con todos.  “Revístanse, pues, del hombre nuevo, el hombre según Dios que él crea en la verdadera justicia y santidad” (Efesios, 4, 24).  Él nos invita y nosotros tenemos que dar una respuesta. “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como ya he cumplido con los mandamientos de mi Padre. Este es mi mandamiento que se aman unos a otros como yo los he amado” (Juan, 15:7-12). Tenemos una responsabilidad. No podemos descuidar a nosotros mismos y ser indiferentes y pasivos frente a la destrucción de la dignidad humana, de la familia, de la sociedad y de la naturaleza. La fe cristiana ya no es del sacrificio sagrado, pero del orden de la responsabilidad ética ante Dios. Recibimos un mandamiento ético de amor y justicia.  Jesús ha venido para decir que lo más importante es seguir el ejemplo y, por lo tanto, la conversión, el cambio de pensamientos y actitudes.