El Monasterio de Jesús, María y José, un monumento de belleza y de fe gracias a la devoción a San José de su fundador Nicolás Ayllón
Pocos lugares en el mundo tan emblemáticos para celebrar el año de la familia junto con el de san José como el Papa Francisco quiere para la Iglesia y para el mundo como el monasterio capuchino de Jesús, María y José, ubicado en la cuadra 9 del Jirón Camaná en el centro de Lima. El historiador del arte P. San Cristóbal se refería al mismo con una de las tres joyas barrocas junto a la iglesia Santa María Magdalena y las Trinitarias. Fundado el 14 de mayo de 1713 como monasterio de clarisas capuchinas, sobre el beaterio de 1678, a su vez sobre las bases del recogimiento para doncellas pobres y huérfanas de 1669. Todo comenzó por feliz iniciativa del siervo de Dios Nicolás Ayllón (1632- 1667) descendiente de caciques mochicas de Chiclayo, sastre de profesión, casado con María Jacinta Montoya, con la que compró una finca que convirtió en la casa de Jesús, María y José, para acoger y educar a las jóvenes abandonadas. Aquí mismo, tras la muerte de Nicolás, su esposa, María Jacinta estableció el beaterio, que con la llegada de las Clarisas Capuchinas se convertiría en el actual monasterio. Lo que me interesa es compartirle que la santa iniciativa se debió a la gran devoción de Nicolás por san José, a quien sentía como modelo de obreros, como él lo era en el rubro textil.
Lo compartió bellamente el P. Nicolás de Olea, SJ, en su “parecer” de 29 de septiembre de 1690, redactado a petición del Arzobispo de Lima sobre el informe de las hermanas María Jacinta de la Santísima Trinidad y Gregoria de Jesús Nazareno, en nombre de 21 hermanas del recogimiento de para obtener licencia real de fundación en forma de Monasterio.
En el mismo nos da cuenta de la motivación del venerable Nicolás de su encomiable acción: “recoger en su casa algunas niñas pobres, que por su desamparo y hermosura pudieran peligran, entregándolas y encargándolas a su esposa (que sólo lo era en el nombre porque a pocos años de matrimonio profesaron castidad y santa separación) para que las criase en toda virtud; llegó así en breve tiempo con su insigne charidad a tener y adoptar tantas hijas, que se hizo comunidad, viviendo todas en estremada virtud y observancia de los consejos evangélicos; alentándolas el siervo de Dios con sus consejos y con los exemplos de oración, penitencia y humildad con que iba delante de todas y sustentándolas de todo lo necesario con el trabajo de sus manos en su pobre oficio de sastre”.
De igual modo, nos comparte cuál fue su último por qué: “ a imitación del glorioso Padre San José, en la solicitud de sustentar su sagrada familia con el oficio de carpintero; y así le impuso a su casa el nombre de Jesús, María y José por la mira de tan soberano ejemplar. En su muerte (que fue preciosa delante del Señor, ilustrada con maravillas de su diestra y con gran concurso y aclamación de santidad) no dejó otra herencia a su esposa que la crianza de aquellas sus hijas o por mejor decir la continuación de la vida religiosa que profesaban, asegurándoles el patrimonio de la pobreza evangélica, con el amparo de Jesús, María y José, que habían de ser tutores y curadores de sus menores huérfanas”.
Por último, nos da relación del fruto conseguido más allá de la vida del propio fundador Nicolás:
“Y así fue, pues cuando parecía que faltando el pastor se había de esparcir aquella corta grey de ovejuelas, antes como obra de Dios, empezó a crescer más y con la noticia de la celestial vida que hacían se fueron juntando otras niñas y algunas de sangre ilustre, hasta el número de veintiuna: y observando por su devoción no sólo los tres votos, sino clausura y vida cuaresmal puntualísima con todos los rigores y exercicios de mortificación oración y devoción de las montas descalzas de Santa Clara y carmelitas de santa Teresa y algunas más de su especial espíritu de la Sagrada Familia de Jesús, María y Joseph: con esta noticia no sólo concurrió luego la piedad y devoción de los files con limosnas y abundantes para sustentarlas, sino para comprarles la casa que costó 16.000 pesos, acomodarles fábrica a su habitación y clausura, y formar y adornarlas la capilla, que en su pequeñez puede competir con las iglesias más aseadas; y al presente personas de mucha piedad y autoridad han prometido perfeccionarles la casa, celdas y oficinas y una de ellas me dijo a mí que, aunque lo quitasse de su comer, había de emprenderlo este año siguiente de 1691. Pero la más especial providencial fue, que cuando se hallaban en su mayo desamparo con la muerte del siervo de Dios Nicolás, sin tener a quien volver los ojos, llamó Dios a un mercader honrado, sacándole de las vanidades y codicias del mundo que dando de mano a todas se echó un saco de penitencia encima y se entregó por escritura pública como esclavo de dicha casa para servirla y pedirle la limosna para su sustento como hasta aquí lo ha hecho y a su exemplo otros dos o tres, acuden en la misma forma a este ministerio y al servicio exterior de la casa e iglesia y se ofrecen otros, especialmente de los indios, por el amor con que miran a esta casa fundada por uno de ellos sin que ninguno comunique ni aún vea las hermanas, ni ellas admiten comunicación alguna, aún de sus padres y parientes, empleando todo el día y todos sus pensamientos en once horas de coro y exercicios espirituales de oración vocal y mental, lición espiritual, exámenes, disciplina, missa y comunión, cuatro horas en oficios y exercicios manuales, tres en comer, cenar y descansar y solas seis escasas en dormir sobre una tabla con solas dos fresadillas, fuera de otros oficios de penitencia, con que competencia llevan la cruz de Cristo con tanta alegría, paz y gozo espiritual, como si estuvieren en las mayores delicias del mundo.
En esta finca de su santa vida aseguran las más efectivas rentas de la divina providencia y charidad de los fieles, que excitados de estos exemplos, con circunstancias a las veces milagrosas socorren a la Comunidad de todo lo necesario para el comer y vestir y para los gastos de su iglesia, donde son continuas, desde que amanece las missas, sin que necesiten de pedir las recogidas ni aún a sus padres cosa ninguna, ni la admiten sino es que por modo de limosna común a la casa envíen algo de lo que ella gasta, pero regalo ni socorro particular de ninguna suerte admiten y lo que es más ni dote o propina alguna en la entrada que es lo más esencial del instituto que pretenden profesar, lo que más empeñaran a las que se confesaran a las observancias y amor de su profesión, viéndose tan obligadas a ella y tan asistidas en su monasterio”.
Fuente: El Amigo del Clero, Lima Volumen 31, año 1922, nº. 1022, pp 374-377
Por José Antonio Benito, historiador
Doctor en Historia de América. Profesor en facultades de Teología y Filosofía. Escritor de libros y artículos.