¿Por qué conviene ir vestido con sotana de sacerdote?
El hábito eclesiástico es un signo de consagración para uno mismo, nos recuerda lo que somos, recuerda al mundo la existencia de Dios, hace bien a los creyentes que se alegran de ver ministros sagrados en la calle, supone una mortificación en tiempo caluroso. El sacerdote al mirarse en el espejo o en una foto, y verse revestido de un hábito eclesiástico piensa: tú eres de Dios.
Bajo la sotana, el sacerdote viste como el común de los hombres. Pero revestido con su traje talar, su naturaleza humana queda cubierta por la consagración. El que viste su hábito eclesiástico es como si dijera: el lote de mi heredad es el Señor.
El color negro recuerda a todos que el que lo lleva ha muerto al mundo. Todas las vanidades del siglo han muerto para ese ser humano que ya sólo ha de vivir de Dios. El color blanco del alzacuellos simboliza la pureza del alma. Conociendo el simbolismo de estos dos colores es una cosa muy bella que todas las vestiduras del sacerdote, incluso las de debajo de la sotana, sean de esos dos colores: blanca camisa y alzacuellos, negro jersey, pantalones, calcetines y zapatos.
El hábito eclesiástico también es signo de pobreza que nos evita pensar en las modas del mundo. Es como si dijéramos al mundo: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre.
La vestimenta propia del sacerdote es la sotana. Pero el clériman también es un signo adecuado de consagración, manifestando esa separación entre lo profano y lo sagrado. Aunque el hábito eclesiástico propio del presbítero sea por excelencia la túnica talar, el clériman es un hábitus ecclesiasticus y todo lo que aquí se dice a favor de la sotana, se puede aplicar al clériman. En caso de que estas hojas las lea un religioso, evidentemente, lo dicho aquí de la sotana valdrá para su propio hábito religioso.
Nos sorprenderíamos cuánta gente piensa en Dios, cuando en una ciudad populosa un sacerdote atraviesa las calles. Multiplicado por todos los días del año, el bien que hace vestir de clérigo es inmenso. Sin exagerar, al cabo de un año han reparado en él decenas de millares de personas. Y si un sacerdote anda por la calle recogido y en presencia de Dios, entonces se transforma en un instrumento para que los ángeles custodios les digan a sus protegidos: fijaos.
Un sacerdote con sotana por la calle es como un grito para los paganos. Un grito que les dice: ¡Dios existe! Ved aquí a uno de sus siervos. Por eso Satanás tiene tanto interés en que de la vía pública desaparezcan todos los signos que hacen referencia a Dios. El amor reside en el corazón, no en el vestido. Pero el amor se desborda en multitud de detalles externos: uno de ellos es una vestidura de consagración. Las vestiduras eclesiásticas son un constante recuerdo de la dignidad que nos ha sido conferida, del poder que ostentamos.
Alguien puede objetar que el hábito eclesiástico separa de los hermanos. Pero hay que recordar que el sacerdote es alguien segregado del resto de los hombres para el culto de Dios, para consagrarse a su servicio. Es la porción que Yahveh se ha separado para ejercer sus sagrados misterios.
Esos misterios sacrosantos son razón suficiente para que se te señale como en tiempos de Moisés se señaló un límite en torno al monte Sinaí porque era un monte santo. ¿Es acaso menos sagrado un sacerdote de Cristo que ese monte de la Antigua Ley? El hábito eclesiástico ha sufrido modificaciones desde que comenzó a existir, pero siempre ha sido una tunica talaris a semejanza de aquellas que gloriosamente cubrieron a los doce primeros apóstoles.
Bien con un traje talar, bien con un clériman, vestimos como sacerdotes no porque nos apetezca o nos guste, sino porque nos lo pide la Iglesia. Ir vestidos como ministros de Dios es un modo de servirle. Si eres un hombre que ha entregado su entera vida al Omnipotente como presbítero, ¿por qué no vestir como lo que eres? Aunque en las tiendas diocesanas se vendan camisas de muy distintos colores, el color negro o el blanco (para lugares cálidos) son colores nobles y elegantes. Desgraciadamente son muchos los sacerdotes que visten combinaciones de prendas carentes de todo gusto. Van mal vestidos toda la vida y nadie se atreve a decírselo. Desde estas páginas, en nombre de Aquél a quien representan, les pido que vayan vestidos con dignidad y que no confundan el mal gusto con la pobreza.
¿Por qué el sacerdote no lleva una vestidura exactamente igual que la de Jesús? El que los sacerdotes no nos dejemos una barba y el pelo largo como el que la tradición atribuye a Jesús, y no llevemos una túnica y un manto como los que llevaban los judíos, creo que tiene una profunda razón teológica detrás. Llevamos un distintivo, un símbolo, que recuerda la túnica de nuestro Maestro. Pero esa túnica no trata de ser idéntica, ni lo intenta siquiera, para que se vea que nosotros somos meros continuadores suyos, pero que Él era único. Él era único, nosotros somos meros continuadores.
Fuente: Blog del Padre Fortea
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