Homilía del III Domingo de Pascua: Prediquen la conversación y el perdón de los pecados

En este domingo la liturgia nos lleva, una vez más, a la resurrección de Jesús contada por San Lucas. Se trata de aprovechar el fruto de la victoria de Jesucristo: que podamos arrepentirnos, convertirnos y comenzar a creer en su Evangelio para asegurar nuestra salvación.

  • San Pedro

El apóstol, con mucha valentía, habla a los judíos de la pasión y muerte de Jesús y del fruto que debe dar la fe en Él:

«Jesús al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato cuando había decidido soltarlo… Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos».

Muy clara la afirmación de Pedro, pero en seguida recurre a la misericordia:

«Lo hicisteis por ignorancia y vuestras autoridades lo mismo».

Después de aclarar el pecado y haber excusado, en parte, la culpa de lo hecho por las autoridades y el pueblo, Pedro los invita a la conversión:

«Por tanto, arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros pecados».

Una valiente predicación con denuncia, pero también con invitación a la justificación.

  • Salmo 4

Nos habla de la misericordia de Dios por encima de todo pecado. El salmista pide la luz de Dios: «Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro».

Y nos invita a confiar en su bondad hasta el punto de que «en paz me acuesto y enseguida me duermo, porque tú solo, Señor me haces vivir tranquilo».

La tranquilidad de la conciencia viene siempre de la paz que nos da la presencia de Dios.

  • San Juan

El párrafo de la primera carta del apóstol nos habla de lo mismo que San Pedro, pero enseguida aparece la ternura del amor, bebido en el corazón de Jesús por el apóstol Juan:

«Hijos míos, os escribo para que no pequéis».

Inmediatamente advierte nuestra debilidad y aclara: «Si alguno peca, tenemos un abogado ante el Padre: a Jesucristo, el Justo».

Jesús es víctima de propiciación para todo el mundo.

El conocimiento de Jesucristo debe manifestarse cumpliendo sus mandamientos: «Quien guarda su Palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud».

El cumplimiento de los mandamientos de Dios, hecho por amor, asegura que conocemos de verdad a Jesús y que estamos con Él.

  • Verso aleluyático

Qué importante para la salvación es conocer la Escritura. Pidamos con la liturgia:

«Señor Jesús, explícanos las Escrituras. Haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas».

  • Evangelio

Narra la resurrección de Jesucristo según el Evangelio de San Lucas.

Empieza con la conclusión de la aparición de Jesús a los de Emaús y cómo lo conocieron al partir el pan.

Estando todos reunidos se presenta Jesús y les desea la paz. Desorientados porque no lo esperaban resucitado, se asustan pensando que es un fantasma.

Jesús, con gran caridad, les demuestra que es Él mismo, aunque glorificado.

Les mostró las manos y los pies y, para que estuvieran más seguros, les pidió algo de comer.

Comió ante ellos un trozo de pez asado y, habiéndose ganado su confianza, los lleva a descubrir su misterio de muerte y resurrección:

«Todo lo escrito en la ley de Moisés y de los profetas y los salmos acerca de mí tenía que cumplirse».

En ese momento, «les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras».

Y después de hacerles comprender que tenía que padecer y resucitar de entre los muertos, les dio el gran mandato:

«Que en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén».

Esta es la gran lección que todos nosotros seguimos aprendiendo, a través de los siglos, seguros de la fidelidad de la Iglesia al mandato de Jesús:

Anunciar el reino y la conversión como medios para conseguirlo.

José Ignacio Alemany Grau, obispo