‘Sócrates, Buda, Confucio, Jesús’, por Johan Leuridan

Figuras ideales como Sócrates, Confucio, Buda, Jesús, fundadores de culturas, hoy en día, no son reconocidos porque la razón materialista de la Modernidad tiene como ideales, el individualismo y la vida lujosa y desordenada de la farándula nacional e internacional. Los únicos mensajes importantes son las opiniones sobre la economía. La mediocridad no permite personas que podrán ser admirados y seguidos por los valores que irradian y mucho menos las grandes figuras de la tradición anterior. Ellos no fueron caudillos con un discurso demagógico con promesas falsas sino encarnaban en su personalidad un mensaje de vida que provocaba imitación y establecieron lazos fuertes entre las personas dando sentido a su existencia. Para ellos el mundo no está bien. Se exige un cambio radical de actitud. En este mundo no hay compasión con otros que sufren. La falta de compasión por no tener emociones con otros es nuestra situación diaria. Lo lejano y extraño no nos permite tener compasión. Esto no era la actitud de los hombres que nos enseñaban el sentido de la vida.

El filósofo alemán, Karl Jaspers, indica que ellos no hablaban de un trabajo sino de una actitud que es un “nacer nuevo” para caminar de otra manera por la vida. Para poder entenderlo uno mismo debe practicarlo. Para ellos, no se trata de comunicar algunos conocimientos para dirigir el comportamiento sino para lograr un cambio interno en las personas. La pregunta es: ¿Cómo se puede lograr el contacto con el espíritu interno de las personas? La respuesta no es por una exposición o una teoría sino por la fuerza de su propia personalidad. Ellos son un ejemplo cuya atracción conquista inevitablemente a seguirlos. La autenticidad de su vida y palabra se dirige a la más profunda intimidad de la persona. Es una exigencia de cambio de la conciencia. Una conversión.

Para Sócrates el ser humano debe cuestionar sus conocimientos y tratar de superarlos para descubrir la verdad. Él enseña la humildad. Él no tiene un mensaje. Uno mismo debe buscar la verdad y cómo va a llevar su vida. El ser humano busca el bien y el vicio es consecuencia de la ignorancia. Sócrates exige razón y reflexión.

El confucionismo fue en China lo que el cristianismo fue para el Occidente. Para Confucio la vida es una formación dirigida a la práctica. ¿Acaso merece el hombre llamado ser bueno si él se aparta de sus deberes del bien? La búsqueda exclusiva de provecho excita la hostilidad, arruina la solidaridad; no podría ser más que el rasgo de un hombre vulgar. Confucio no enseñaba una doctrina sino un saber-ser. La finalidad del pensamiento para Confucio es la buena conducta. El discurso es secundario en relación al gesto. Él no creó un sistema de pensamiento porque las palabras engañan. Se adquiere la buena conducta por el estudio y la meditación.

Para Buda y para Jesús, dolor y muerte son las verdaderas realidades de nuestro mundo. Ellos indican su superación por algo que uno no puede imaginarse o proponerse: eterna es la Nirvana y el Reino de Dios.

Buda no es Dios y él tampoco cree en la existencia de un Dios, aunque hoy en día hay personas que lo adoran como Dios. Para Buda se trata de liberarse del dolor por el camino de la meditación y el buen trato con los demás, pero sin identificarse.  Por eso, Buda habla de un estoicismo frente al respecto de lo ocurre en el mundo. No podemos dejarnos llevar por las emociones porque pueden traer el dolor. La persona debe mantenerse indiferente frente a todo lo que ocurre. Se supone mucha inteligencia para entender esta vida.

Jesús es el enviado para enseñarnos que Dios nos ama. Primero es el afecto. “Como el Padre me amó, así también los he amado; permanezcan en mi amor,” pero va acompañado por la verdad: “si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor” (Juan, 15, 8-10). El sentido de la vida está en creer en Cristo y seguir su ejemplo que nos manifestó el amor de Dios y nos invita a nacer de nuevo en el espíritu.  Cristo nos da el amor que nos orienta hacia el bien. Justicia sin amor es crueldad (Tomás de Aquino). El cambio de sociedad empieza con el cambio de uno mismo. “Amen unos a otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar su vida por sus amigos”. La fuente es la compasión de Dios con el ser humano, expresado en el gran dolor de Jesús en la cruz. Jesús dijo que los niños lo entienden y que Dios tiene una preferencia para los que están agobiados y por los que tengan compasión.  

Por Fray Johan Leuridan Huys