La vida no es el simple producto de las leyes y de casualidad de la materia, sino que todo, y al mismo tiempo por encima de todo, hay una voluntad personal, hay un Espíritu que en Jesús se ha revelado como Amor. Y si conocemos a esta persona, ya no somos esclavos del universo y de las leyes, ahora somos libres. Cristo nos dice quien es el ser humano. El nos indica el camino y este camino es la verdad. Incluso por el camino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, Él va conmigo guiándome para atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, ese encuentra siempre un paso abierto. Esto es la esperanza.  Por la fe ya está en nosotros las realidades que se esperan. Esta realidad que ha de venir no es visible pero ya la llevamos dentro de nosotros. La fe es la prueba de la presencia de Cristo que ahora no se puede ver (Hebreos, 11, 1). El creyente necesita saber esperar soportando pacientemente las pruebas para poder “alcanzar la promesa” (Hebreos, 10, 36). Para tener la fe fuerte “Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio (Timoteo, 1,5). ¿Qué podemos esperar? ¿En qué consiste la esperanza? Sabemos que aquel que resucitó a Jesús nos resucitará también con Jesús y nos pondrá cerca de él con ustedes. Los favores de Dios se van multiplicando (2 Corintios, 4, 14-16). La técnica puede ser una amenaza para el ser humano y el mundo. La razón del poder y del hacer no es suficiente para el progreso ético. La razón se vuelve solamente humana cuando pueda indicar el camino a la voluntad y la libertad requiere la concurrencia de las libertades de los otros. Sin embargo, esto no se puede lograr sin una medida común que es fundamento de las libertades de todos. Esta medida común supone un más allá de cada uno. El ser humano necesita a Dios, de lo contrario se queda sin esperanza. Razón y fe se necesitan mutuamente para lograr la realización de los seres humanos. Las estructuras son necesarias, pero no pueden funcionar sin la adhesión libre de los seres humanos. La historia demuestra que los líderes de las naciones son los primeros en usar las estructuras para ellos mismos. La libertad necesita una convicción y la convicción ha de ser conquistado siempre de nuevo. La relación con Jesús es una relación con Aquel que se entregó a sí mismo en rescate por todos nosotros. (1 Tim, 2,6). Jesucristo nos hace participar en su ser “para todos”, hace que éste sea nuestro modo de ser, buscar y hacer el bien a todos. 

También el sufrimiento forma parte de la vida. El

individuo no puede aceptar el sufrimiento de otro si no logra encontrar personalmente en el sufrimiento un sentido, un camino de purificación y maduración, un camino de esperanza. Es cierto que debemos hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero extirparlo por completo del mundo no está en nuestras manos, porque ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, la culpa, que es una fuente continua de sufrimiento. Esto podrá solo hacerlo un Dios que entrase en la historia y sufriese con ella. Con la fe en este poder ha surgido en la historia la esperanza de la salvación.  Pero se trata precisamente de esperanza y no de un cumplimiento; esperanza que nos da el valor de poner nos de parte del bien aun cuando parece que ya no hay esperanza.

Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene la vida (Ef. 2,12). Solo el amor de Dios nos da la perseverancia día a día sin perder el impulso de la esperanza. (La referencia de este aporte es la encíclica “Sobre la Esperanza cristiana” del Papa Benedicto XVI).

Por Fray Johan Leuridan Huys